«La problemática de la muerte
surge por el hecho que el individuo humano no es sólo un organismo sino también
alguien que goza de símbolos, que capta significados simbólicos y que comunica
sus sentimientos a los otros y a sí mismo en términos simbólicos»
No siempre, entre otras cosas,
se puede advertir en los niños el deseo propio de la edad adulta de curar de la
enfermedad, vista como posible presagio de muerte. Para el paciente infantil,
en efecto, la «curación» puede ser vista también bajo el aspecto desagradable
de tener que adaptarse a una realidad
La razón biológica no basta,
más aún, no puede bastar nunca para hacer comprensible la muerte del propio
hijo, para hacerla «razonable» y plausible
La muerte infantil es
percibida como la más antinatural e injusta de cualquier muerte imprevista,
pero ¿en qué sentido debemos entender el término «natural» aplicado a la muerte?
El riesgo de que tales
convicciones induzcan al niño una falsa y masoquista aceptación del
sufrimiento. Vista la enfermedad como forma de castigo, no hay mucha diferencia
que esta sea leve o aguda. Lo que cuenta para el niño es el valor simbólico de
la enfermedad, la cual le parece de hecho una prueba ulterior de su
comportamiento «desviado».
Sobre la humanidad, con que la
medicina esta llamada a releer sus objetivos de sus posibilidades de la
medicina toma de la religion ciertas expresiones linguisticas que remiten a
caracteres de sacrilidad sino de misterio.
La medicina misma, cuando se
vuelve hiperespecializada, cree poder dar un sentido a la realidad aduciendo de
ésta múltiples pero fragmentarias explicaciones. En realidad, lo cierto es que
la medicina ha contribuido de esta manera a sofocar la búsqueda de sentido.
«...la medicina, como fenómeno social de normalización de las desviaciones
sociales en tantos casos y situaciones, puede parecer una instancia destinada a
reprimir la interrogante fundamental del ser humano puesto ante el problema de
la verdad de su existencia. Querer encontrar a toda costa la causa orgánica de
un malestar «metafísico» es una actitud seguramente homicida, aunque no sea
deliberada ni siquiera consciente.
La percepción de que la
condición de enfermedad constituye un «peligro» para el niño varía
notable-mente pasando de una fase patológica aguda a otra crónica: el paciente
que sufre una enfermedad aguda, en efecto, no parece tener tiempo para activar
mecanismos de defensa, ni para estrechar relaciones con el personal sanitario
del departamento donde es cuidado, ni para confiar a nadie sus temores y
angustias, Para superar o por lo menos aligerar tales angustias se propone el
remedio de la «anticipación»: se trata de preparar al niño a la experiencia
terapéutica que está llamado a soportar, respetando sus tiempos para hacer
realidad una satisfactoria comprensión consiste inducir al niño a librarse de las angustias y
de los conflictos reservan-do sus «preocupaciones» en muñecas u otros juguetes.
Concluye diciendo que la honestidad y la caridad nunca son perjudícales, para
evaluar el niño frente a la muerta. Se cuenta que un grupo de niños
hospitalizados que uno de sus compañeros había muerto, pero el personal
sanitario les había mantenido a oscuras, deciden con naturalidad, espontanea,
recoger dinero para poder ofrecer unas flores para sammy.
Los adultos en estas
circunstancias ofrecen haber querido con deliberación no decir la verdad y
admiten además que es mejor no hablar, a menos que los niños mismos sean los
que pidan explicación.
«Calidad de vida» no es
incompatible con el de sacralidad de la vida humana, sino, muy al contrario
complementario suyo. Por su parte, la «calidad de vida» comprende varios
niveles, por lo menos tres: calidad de vida privada o de máximos, calidad de
vida pública o de mínimos, y el criterio de la excepcionalidad que permite
justificar excepciones a la norma de acuerdo con criterios de calidad, a la
vista de las circunstancias que concurren en el caso y de las consecuencias que
se producirían de no hacerse así». DIEGO GRACIA G
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