La eutanasia es la acción u omisión que acelera la
muerte de un paciente desahuciado con la intención de evitar sufrimiento físico
concretamente podemos establecer, que existen dos tipos de eutanasia. Así, por un lado estaría la llamada eutanasia
directa que es aquella que viene a definir al proceso de adelantar la muerte de
una persona que tiene una enfermedad incurable. En esta caso a su vez, aquella
se puede dividir en dos clases: la activa, que básicamente consigue la muerte
del citado enfermo mediante el uso de fármacos; la pasiva que es la consiste en
la consecución de la muerte de aquel mediante la suspensión tanto del tratamiento
médico que tenía como de su alimentación por cualquier vía. La indirecta bajo dicha
terminología que lo hace intentar paliar el dolor y sufrimiento de la persona
en cuestión, y para ello se le suministra una seria de medicamento que como
consecuencia no intencionada puede producir la muerte de citada persona.
Los médicos son los responsables de ejecutar la
eutanasia, por lo tanto con apoyo de los familiares del enfermo en cuestión. Hay
casos, sin embargo, donde el enfermo se encuentra en condiciones de elegir sobre
su propio cuerpo y solicitar la aplicación de la eutanasia. Esta práctica sin
embargo está prohibido en la mayoría de los países.
La eutanasia despierta todo tipo de debate éticos. Sus
defensores aseguran que quitar el sufrimiento de la persona y que rechaza la prolongación
artificial de la vida que lleva a situaciones que son indignas. Los detractores,
en cambio, consideran que nadie tiene derecho a decidir cuándo termina la vida del
prójimo.
Cabe destacar que la eutanasia a lo largo de la
historia ha sido utilizada como excusa para concretar la eliminación de grupos
sociales. El nozismo promovia la eutanasia de los minusválidos, discapacitados
por considerarlo inferiores y con el argumento de ser acto compasivo.
Juramento
de Hipócrates del siglo V/IV antes de Cristo. Eje central de este juramento,
con sus prohibiciones y mandatos, es la negación de la eutanasia activa y la
ayuda a cometer suicidio: «no le daré a nadie un remedio que pudiera causar la
muerte, aunque se me pida, ni tampoco daré un consejo en esa dirección». El
médico, no sólo debe preservar y proteger la vida, sino también evitar ponerla
en peligro o acabar con ella. La promesa de los médicos de Ginebra de 1948 se inserta
en esta tradición: «Respetaré la vida del hombre desde la concepción,
incondicional-mente».
Edad Media: Entre
las obras de misericordia cuenta la ayuda en la muerte y el entierro del
fallecido. Las siete virtudes clásicas y cristianas–sabiduría, valentía,
humildad, equidad, fe, amor y esperanza– deben ser una ayuda en el trato con la
muerte; sobre todo se debe destacar la esperanza que brinda el médico -en sentido
tanto inminente como trascendente–; vivir significar tener esperanza, tener
esperanza significa vivir («spiro dum spero»).
Modernidad: La
eutanasia cambia, de ahora en adelante, a una piedra de tope fundamental de la
imagen del hombre, del concepto de vida y de la comprensión de la ciencia, de
la relación médico-paciente así como también de la solidaridad entre los
hombres. Este hecho no ha experimentado cambios hasta nuestros días.
Siglo
XX: En numerosos países se fundaron, a comienzos del
siglo XX, sociedades para la eutanasia y, en diferentes ocasiones, se promulgaron
informes para una legalización de la eutanasia activa. En las correspondientes
discusiones tomaron parte médicos, abogados, filósofos y teólogos.
Presente: La eutanasia; también es variada la realidad en los
distintos países del mundo. Reiteradamente se llega a iniciativas que apuntan a
la legalización de la eutanasia. Una amplia atención ha encontrado la
reglamentación legal de Holanda.
«¿Cómo hablar de la muerte a los niños? ¿Cómo
explicarles que alguien, padre, pariente o amigo, ha muerto o verosímilmente
morirá? ¿Cómo ponerle dilema atroz frente a la realidad de su próxima muerte?
«Obedeciendo a la oscura sensación de que los niños pueden ser perjudicados,
les ocultamos los eventos naturales de la vida, que deberán conocer y entender
inevitablemente. Pero el peligro para los niños no lo representa el
conocimiento de la simple realidad de la finitud de la vida de los padres y de
la propia ya que, por lo general, las fantasías infantiles tocan este problema
y el miedo y la angustia, fruto de su vívida imaginación, a menudo lo
agigantan» ROBERTA SALA
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